I
El lunes 8 de noviembre estuvimos celebrando, por todo lo alto, el décimo aniversario del Convenio Integral de Cooperación Cuba-Venezuela, en La Habana. No es poca cosa lo que hemos logrado durante estos diez años de su vigencia. Desde aquel luminoso 30 de octubre de 2000 en que fue firmado por el Comandante Fidel Castro y este servidor, Cuba y Venezuela le han dado vida a un nuevo modelo de relacionamiento entre dos países, entre dos pueblos.
Diez años… Se dice fácil, pero hay que ver la cantidad de obstáculos que hemos debido superar para hacer realidad el conjunto de grandes beneficios que ahora disfrutan nuestros pueblos: beneficios que, hoy más que nunca, ameritan el fortalecimiento del Convenio para transitar diez años más hacia la consolidación de nuestras Revoluciones, cada una con sus matices, visiones y propósitos diversos, pero con una poderosa raíz fundamental de donde nuestras Repúblicas reciben la savia nutricia. Me refiero al legado de Bolívar y Martí, uno y el mismo sentimiento nuestroamericano y de Patria Humanidad: es el legado del que es viva encarnación el Comandante Fidel Castro.
Tengamos presente que este Convenio fue la piedra fundacional de la ALBA. Cuba y Venezuela han trazado un camino común y compartido que va mucho más allá de la integración, para retomar y reivindicar plenamente la bandera histórica que nos legaron nuestros Libertadores: la unidad. La unidad fraterna que se basa en la cooperación, la complementación, la interdependencia, el apoyo mutuo y en la plena identificación con la causa del socialismo: del socialismo no como receta, como dogma, sino como construcción colectiva y, para decirlo con Mariátegui, como creación heroica de cada pueblo.
La gran hermandad entre Cuba y Venezuela tienen una larga historia. Una historia que comienza con los planes de Bolívar y Sucre para liberar a Cuba, abortados por esos enemigos históricos de nuestros pueblos, Páez y Santander, que también dejaron su legado, sí, pero de oprobio y desvergüenza patria: es el legado que encarnan las oligarquías que hacen lo posible y lo imposible por reducir a Nuestra América a un nuevo coloniaje.
Hablando de Bolívar y del proceso de Independencia tanta veces interrumpido y hasta frustrado, decía José Martí en 1893: Acaso en su sueño de gloria, para la América y para sí, no vio que la unidad de espíritu, indispensable a la salvación y dicha de nuestros pueblos americanos, padecía, más que se ayudaba, con su unión en formas teóricas y artificiales que no se acomodaban sobre el seguro de la realidad.
Y para actuar sobre el seguro de la realidad, nada más pertinente que asumir cambios radicales, fundamentados en una nueva subjetividad. El mismo Martí, en 1891, había dado con la fórmula: El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Durante estos diez años, Cuba y Venezuela hemos logrado, precisamente, el cambio de espíritu.
Son diez años que han estado jalonados por conquistas históricas de la mayor trascendencia, que muy difícilmente habríamos podido alcanzar sin el apoyo fraterno y solidario entre nuestros pueblos y gobiernos.
Bien lo dijo Raúl el 8 de noviembre: Este convenio ha constituido, hasta el presente, la base fundamental para la consolidación de nuestros vínculos. Mediante su ejecución hemos llevado a cabo acciones de elevado beneficio económico y social para ambos pueblos. Entre los sectores más favorecidos en estos programas se encuentran salud, educación, cultura, deportes, agricultura, ahorro energético, minería, informática, telecomunicaciones y la formación integral de cuadros, entre otros no menos importantes.
En el caso de Venezuela, basta con pensar en la Misión Robinson (la liberación de Venezuela del analfabetismo) y en la Misión Barrio Adentro (la primera experiencia histórica de ejercicio sistemático de la medicina social en nuestra Patria). Es por eso que contar con la Revolución Cubana, ha sido y es para la Revolución Bolivariana un poderoso motivo de aliento y estímulo en la batalla por nuestra definitiva Independencia.
Atrás, en el estercolero de la historia, quedarán los maquinadores y apátridas de siempre, a quienes Víctor Valera Mora apostrofaba con su verso rebelde en la década del 60 del pasado siglo: Rabian porque Cuba es el más inmediato querer / y la vergüenza de Fidel toda la dignidad en pie de guerra.
Parafraseando a nuestro Libertador, lo que Cuba y Venezuela ya hemos hecho es un preludio de lo que vamos a hacer en los próximos diez años.
II
La canalla ha convertido unas palabras de un soldado venezolano, palabras que expresan una firme posición de dignidad, en el pretexto para agredir a la Patria, transgrediendo lo que el buen sentido dictamina e insinuando cualquier tipo de intervención foránea contra Venezuela.
Esa canalla que aplaude todo lo que vomita desde Colombia un confeso narcotraficante en contra de los poderes nacionales, de nuestras instituciones y de compatriotas de dilatada trayectoria a los que me une la vergüenza patria y la vocación de servicio, es la misma canalla que pide que echemos a los leones al General Henry Rangel Silva, precisamente por diferenciarse años luz de aquella casta militar corrupta y complaciente con los intereses apátridas. Hoy algunos voceros de aquella casta liquidada históricamente por la Revolución Bolivariana, dirigen desde los medios y desde todos aquellos lugares en donde no vean en peligro la comodidad de la que gozan, cobardes como han sido siempre, todo clase de ataques contra nuestro respetado y querido compañero de armas.
A ellos se han unido ciertos actores internacionales, tan lamentablemente anodinos en atención a los inútiles organismos que representan. Me refiero, concretamente, al Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza. Sus infelices declaraciones no son otra cosa que un irrespeto contra nuestra soberanía, a sabiendas, como diplomático de largo rodaje, de las consecuencias que una declaración gratuita e irresponsable podía provocar.
Por todas estas razones que han convertido esta situación en un problema de carácter nacional, de dignidad y vergüenza patria, invité especialmente al General Henry Rangel Silva al Consejo de Ministros, el jueves 11 de noviembre, para brindarle nuestra solidaridad y sentar posición de Estado, reafirmando que Venezuela se respeta. No otra cosa pedimos.
El General Rangel, un soldado bolivariano, un soldado patriota, un soldado revolucionario, es el jefe del Comando Estratégico Operacional, y la campaña de infamias contra su persona, orquestada desde los medios golpistas, se convierte en una ofensa a nuestra dignísima Fuerza Armada Bolivariana.
Las declaraciones del General Rangel Silva son las de un soldado que ama lo que hace: un soldado comprometido con la transformación de nuestra Fuerza Armada Bolivariana; son las palabras de un oficial con un respeto sagrado a la profesión, manifiesto en la mesura e inteligencia de sus respuestas y afirmaciones.
Lo he ascendido al grado de General en Jefe como un reconocimiento a sus méritos y sus virtudes. Y como un reconocimiento, por todo lo que Rangel Silva encarna: a todos los soldados y soldadas de nuestra Patria; a las soldadas y soldados apegados al espíritu y a la letra de la Constitución Bolivariana; a las defensoras y defensores de las garantías sociales, de los derechos del pueblo.
Soldados que me leen: ¡Nunca más estaremos al servicio de la apátrida burguesía y sus amos imperiales!
Vamos para siempre con Bolívar: “Yo sigo la carrera gloriosa de las armas sólo por obtener el honor que ellas me dan; por libertar a mi Patria; y por merecer las bendiciones de los Pueblos”.
“Venceremos”.
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